De las cosas de la emoción

Por lo general, tengo la precaución de expresar lo menos posible, hasta que es inviable retener lo que va explotando dentro. Después las situaciones simplemente se dan como un dominó que va cayendo hacía la nada, y todo termina en caos y en lágrimas; parece que es imposible que algunas conexiones no resulten dañadas tarde o temprano, y estamos ahí, como soldados enfrentados a la disyuntiva de si esperar en la retaguardia atrincherados, o ir de frente a la primera línea de combate. Estoy siempre dispuesta a sacrificarme, porque es un impulso hasta biológico, no sé, a veces sólo creo que no he aprendido bien las lecciones.

Estoy frente a lo desconocido, siempre, asombrándome; intento por todos los medios ir leyendo de a poco lo que necesito saber antes de apretar el acelerador y chocar de frente con la muralla y desangrarme a la espera de rescate. La sangre fluye y yo miro el escenario de esta tragedia, no he tenido tiempo de aguantar el impacto y estoy nuevamente destrozada y a la espera de que lo mejor llegue a pasar. Después hay que tocar fondo y rehabilitarse, volver a caminar y reconstruir todo lo que quedó roto. El proceso es largo, horrendo, suicida; me animo a poner un pie delante del otro, pero es que duele como la mierda. No vi venir todas estas cicatrices.

Estoy en la orilla de un precipicio y abajo está lleno de púas y vidrios rotos, pero la caída es tan intensa; el aire llena los pulmones, siento mi cuerpo en total libertad y el placer se dispara. Pero abajo; cuando uno llega abajo, al límite que se nos es permitido, es imposible no terminar empalado hasta la garganta.

Por eso estoy aquí, escribiendo estas cosas, porque parece que el escenario perfecto empieza a armarse y una está como prediciendo los movimientos que no tiene que hacer para terminar una vez más en rehabilitación. Porque los pedazos se hacen cada vez más pequeños y es imposible volver a creer en el propio criterio de lo humano, de lo lógico, lo razonable; estamos ajenos a cualquier proceso cognitivo, lo que manda es la emoción; el dulce veneno que entrega la adrenalina y la dopamina; nada es más eficaz para hacernos vulnerables de nuevo.

Lo que nos queda ahora, es frenar antes de chocar, no esperar el impacto; reducir la velocidad lo más posible y disfrutar el paseo hasta que el vehículo se detenga por completo. No hay daños, uno se baja del auto y puede seguir el camino a pie, distrayéndose con las cosas que pasan afuera, romper el esquema al que estamos acostumbrados. Es más heroico, en estos casos, quedarse en la trinchera y esperar por la mejor oportunidad, que salir a campo traviesa y ser acribillada a sangre fría.