Carnaval

Hombre, puedo frotar sobre ti el tormento,

que como cálida caricia abre paso al inframundo.

Si mis pobres ganas de sorber lo eterno o

la imparable cofradía de los océanos terrestres

sobre un cuerpo, el mío propio, pudieran servir en este carnaval,

nuestro carnaval.

No sería yo la más humillada, la más pálida estatua

y aun así podría abrir mi boca y devorar tu rostro,

dulce.

Comerte sin necesidad de digerir.

Mordiendo,

lamiendo,

succionando el momento y la eternidad.

Dulce.

Aquí abajo, donde el primer hombre halló la carne y la sangre.

Un corazón que muere por un corazón que late.

Nuestro carnaval,

donde se esconden las sirenas y

cantan al son de tambores inaudibles.

Nuestro carnaval,

a todas horas,

en todos los rincones,

con todos los cuerpos que han existido.

Lo has visto, te pertenece,

como un pedazo de tierra que se abre al azadón.

Soy la tierra que se abre a tu mano,

a todas horas.

Un carnaval que se desviste de noches tropicales y

de rojos atardeceres.

Dulce,

el carnaval silencioso de tus dedos

tocando

la punta de mis labios.