Crisis

Me he comido dos cubos, uno de plátano y otro de frutilla natural. Mi boca se siente dulce y ácida al mismo tiempo, es placentero. Sentada frente al computador pienso en todas las experiencias que estoy viviendo. El vicio de la podredumbre me gana algunos días. Estoy dispuesta, si, a calmar las ansias de volverme loca, completamente demente, pero no hago nada, salvo llorar y no contarle a nadie lo que hay realmente dentro de mi cabeza.

La gente me escucha, me lee. Transforman mis gritos de ayuda en palabras bonitas. Yo las escucho con una sensación de resignación y lástima. Son como consolar al familiar de alguien que no conocías. ¿Qué le puedes decir que no le hayan dicho ya? Pero la pena no cambia, sigue en la misma caja donde uno se esconde para no contarle a nadie lo que hay dentro de la cabeza.

La mayor parte del tiempo escucho música, y yo digo que me calma. El asunto es que no soporto la vida sin música y algunas canciones me transportan a lugares tan oscuros que soy incapaz de salir sola. Entonces camino a paso lento y mareada a la pieza de mi hermano y le pido que me de mi clonazepam de emergencia. Quiero desconectarme del dolor un rato, pero siempre vuelve.

He estado escribiendo mucho estos días. Como si tuviera la urgencia de dejar todo listo. He rehecho mi libro creo que unas cuatro veces ya, nada me convence, nada me parece importante de decir. Tengo una idea general de lo que quiero, una especie de idea grandilocuente que sirva para algo, que le sirva a quien sea. Eso no me importa, no es mi objetivo. Yo simplemente quiero escribir para no volverme completamente loca. Para no romperme en mil pedazos que nadie sea capaz de recoger.

No he comido en días, prácticamente vivo a café y cigarros, ah, y los cubos que parecen el alimento ideal para alguien que no tiene fuerzas para seguir. No como, pero nadie se da cuenta. Y no creo que no les importe, simplemente están haciendo sus cosas y yo las mías. A veces estoy harta del café y de su sabor amargo y me hago un té, pero es lo mismo. No quiero nada.

Hay días en los que no quiero nada. No quiero hablar con nadie. Morderme la lengua o quizás cortarla para no hablar nunca más, porque nadie tiene nada importante que decir en este momento, y no es que no me de cuenta que mis cercanos están haciendo todo lo posible para que no me haga daño, pero ellos no ven lo que yo veo. Y no es que me sienta especial por esto. La atención, los cuidados, la preocupación constante están ahí, como un salvavidas.

Estoy en medio del mar con un salvavidas y nada para comer. Mi cuerpo se deshidrata y se consuela con la idea de que encontraré una isla. Quizá haya algo más allá del mar. Quizá me ahogue o me muera de hambre esperando que el mar me mueva hacía alguna parte.

Los recuerdos me tienen así, se los he dicho a todos; mis amigos, mi familia, mi terapeuta y mi psiquiatra. ¿Cómo se escapa de los recuerdos? Me lo he preguntado muchas veces. No creo que se pueda. Tengo que convivir con ellos y pensar que hay un presente donde todos esos horrores ya no están más. Quiero olvidar, por eso me tomé una caja de clotiazepam y esperé que me diera la sensación de estar flotando lejos de aquí.

Me quiero fumar un cigarro, me quedan tres y me da miedo que se acaben, porque son una especie de bastón al que recurro cuando me gana la ansiedad. Quiero ir a fumar, pero hace frío y no sé qué es peor, el frío o las ganas de fumar. Afuera está oscuro y siempre choco con algo. Ando mareada por todas las pastillas que tengo que tomar. Pero está bien, es lo que corresponde. Mi hermano me da los medicamentos, porque yo no puedo tener ninguno en mi poder, yo sé que la tentación de intoxicarme con ellos es muy fuerte. Lo siento en el fondo de mi pecho, sobre todo cuando viene la angustia y el miedo.

Algunas veces he recurrido al alcohol, pero nunca hemos sido buenos amigos. No me gusta ese sabor que me arde en el pecho por tomar aguardiente. Eso fue lo último que tomé ayer y me dejé ir con eso, las pastillas y la música. No quiero volver a tomar alcohol, aunque me serví un vaso hoy en la noche, lo probé y simplemente dije, no, no quiero esto, no somos amigos.

Debo reconocer que busco todos los medios para hacerme daño, aunque no tengo la respuesta para eso. Intuyo que todo viene de mi infancia. Demasiado trauma y momentos infelices. No había respiro. Recuerdo lo difícil que se me hacia salir del colegio y pensar que tenía que llegar a mi casa. Yo deseaba una vida tranquila, sin tantos sobresaltos. Mi infancia es mi trauma y me he quedado ahí, encerrada como en una cárcel y sigo presa. Eso nadie lo entiende. Y no los culpo, no es necesario que entiendan mi dolor.

No me puedo concentrar en nada, pierdo el hilo de las conversaciones, me tambaleo mientras camino, tengo alucinaciones. Siento que hay alguien detrás de mí todo el tiempo y cuando me giro ahí está, el color de su ropa cambia; lo he visto azul, negro y hoy vestía de rojo. Me está vigilando y eso me da miedo. Por lo general mis alucinaciones no me daban miedo, excepto esa vez que estaba en otra crisis gigante y vi como una araña descomunal se subía a mi cama. No pude hacer nada, ni gritar, ni esconderme. La araña desapareció, pero después no pude dormir.

Eso es otra cosa, antes de esta crisis, con la quetiapina podía dormir bien. Me la tomaba a la hora y todo era relativamente normal. Alguna crisis de pánico por aquí, alguna crisis de pánico por allá, pero en control. Estos últimos días ni con la combinación de quetiapina y clonazepam he podido dormir. No sé qué le pasa a mi cuerpo.

Lo único que quiero es estar en el regazo de mi mamá cada vez que puedo, y la abrazo por largo rato mientras ella me acaricia el pelo, entonces lloro y le pido que se quede conmigo, que no aumente este dolor empalagoso y amargo. Estoy triste y tengo rabia.

A mi papá lo desconozco, ya no sé quien es. Se pasa las tardes mirando la tele sin decirme nada. Yo quiero que me pregunte cómo estoy o cómo puede ayudarme, pero él no sabe hacer esas cosas, no nacen de él esos detalles, pero me hace falta esa interacción. Yo necesito un padre.

Y sé que esa falta de padre se ha traducido en buscar uno en cualquier parte. Tengo tantas historias que contar en las que he obtenido migajas de amor, por entregar mi cuerpo, porque es todo lo que conozco. Eso es una carga, una injusticia que no se cómo resolver. Siempre vuelvo al mismo sitio, a esa misma carencia. Yo me convenzo que los quiero, o que me quieren. Me convenzo de que quizá esta vez si será diferente, pero no, siempre es igual. Ellos quieren ver mi cuerpo, entonces se los muestro y se los entrego para sentir aún más rabia por humillarme por amor. Y no, no existe tal cosa fuera de mi pecho. Lo que pasa es que después de estar con ellos quedo completamente vacía. Termino siendo una cáscara infeliz. Pero ya lo he dicho, no puedo dejar de hacerme daño.

Hace unos días le hablé al Leviathan, ese hombre que es un ser mitológico para mí. Algunos saben la historia, pero ya me aburrí de contarla. Me tardé dos años en que respondiera un mail que decía: sólo quiero saber si estás vivo. Me contestó. Una parte de mí estaba feliz, la otra seguía en ese recuerdo de haberme sentido usada. ¿Qué sería distinto esta vez? Quizá que ya no me importa lo que piense nadie. Lo quiero para mí, ojalá fuera sólo mío, pero no. He llegado tarde a mi destino. Aún así me he quedado clavada a esa cruz que me ata a él. Él es mi cruz y la llevo cargando una década. No quiero soltar esto que también es un potencial daño, porque no me importa, simplemente lo quiero y ya.

Voy a poner música, no sé por qué no lo hice antes. Hay una canción de Bomba Estéreo que escuché una vez en un sillón rojo, al lado mío había un hombre que no decía nada, simplemente estábamos ahí, uno al lado del otro, como si en verdad ninguno estuviera ahí. Estoy escuchando a Etta James. Cuando la escucho puedo respirar en paz. Ya no estoy aquí, me fui lejos, en algún bar con Etta James cantando para mí y sólo para mí. Quizá en otra vida ese sueño se haga realidad. Quizá en otra vida esté llena de dicha que no me quepa en el pecho. Y los recuerdos no se coman mi espíritu. Quizá hagan falta un millón de primaveras para poder reparar la herida.

En este momento quiero que sepas que no importa lo que pase, no importa el tiempo, la distancia o las circunstancias de la vida, mi corazón está contigo y siempre lo va a estar. No puedo dejar de amar. No podría dejar de amarte, aunque de ello dependiera mi vida.

Ahora me iré a fumar un cigarro, y dejaré que el frío de la noche me haga sentir viva. Después a escuchar música hasta quedarme dormida. Y si no puedo dormir, pensaré en ti.